Al ampliar sin descanso el concepto de intolerancia, ninguno de nosotros puede ser lo suficientemente bueno: si pasamos una prueba de tolerancia, estamos seguros de que fallaremos la próxima vez.
Las pruebas para la detección de «sesgos inconscientes», como el Test de Asociación Implícita (IAT) de Harvard, han desempeñado un papel importante en la aparición de esta paradoja, y los métodos del IAT han sido ampliamente adoptados. Por ejemplo, el gobierno del Reino Unido estableció un programa de formación en diversidad para descubrir los prejuicios inconscientes de los participantes. Así, incluso cuando las personas se vuelven más tolerantes con las diferencias raciales y de género, se ven condenadas por una intolerancia tan profundamente enterrada que ni siquiera eran conscientes de ella. Mientras tanto, la teoría de la interseccionalidad, ahora ampliamente aceptada en las universidades occidentales, ha generado una «matriz de opresión» en constante expansión. En busca de una solución al tsunami resultante de los nuevos prejuicios descubiertos, el número de opresores —desde hombres blancos cisgénero hasta «feministas radicales transexcluyentes»— prolifera, lo que da lugar a un bucle de exclusión, desconfianza y resentimiento.
Se están intensificando guerras culturales similares en torno al género. La autora británica J. K. Rowling fue bombardeada con invectivas maliciosas simplemente por estar «profundamente preocupada por las consecuencias del activismo trans actual». A la feminista india Vaishnavi Sundar le retiraron la proyección de su película porque se oponía a que las mujeres trans preoperatorias compartieran refugios y baños con mujeres supervivientes de violencia sexual. Sus pecados se vieron agravados por su creencia de que el sexo biológico no es una construcción social. Compara este tipo de comportamiento con la filosofía de Ira Glasser, un judío liberal y exdirector ejecutivo de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU).
A medida que se expanden los conceptos de discriminación y prejuicio, aumenta la vigilancia agresiva de los comportamientos en un intento de librar a la sociedad de todos los prejuicios restantes. En la Universidad de Sheffield, en Inglaterra, la universidad pagó a los estudiantes para que vigilaran el lenguaje de sus compañeros en busca de pruebas de «microagresiones» que pudieran ofender involuntariamente a un grupo racial. Esto conduce inevitablemente a la demonización innecesaria de los estudiantes tolerantes y liberales como racistas inconscientes intolerantes. Y a medida que el concepto de intolerancia aumenta de esta manera, los comportamientos y actitudes tolerantes luchan por mantenerse al día. Como la Reina Roja en Alicia a través del espejo, tenemos que correr más rápido solo para mantenernos quietos.
El resultado de todo esto es la proliferación de universidades y facultades que prohíben la expresión de opiniones contrarias, ante la suposición de que si las personas no pueden ser reformadas, entonces deben ser silenciadas. El filósofo Alfred North Whitehead describió la Universidad de Chicago como «el único lugar en el que he estado que se parece más a la antigua Atenas». Sin duda, se habría sentido decepcionado al saber que las protestas descarrilaron los planes de invitar al exestratega jefe de Trump en su primer mandato, Steve Bannon, a participar en un debate en el campus. Aunque el evento no se llevó a cabo, el profesor que lo invitó comentó: «te gusten o no sus opiniones, parece haber entendido algo sobre Estados Unidos que tengo curiosidad por saber».
Deberíamos tener una asignatura llamada 'sesgos cognitivos' desde primero de primaria hasta último de ultimaria.
Uno de esos sesgos a estudiar debería ser el de no ser capaces de diferenciar entre empatía natural y espontanea, alias amor, y 'tolerancia' intelectualizada e ideológica basada en reglas que te dicen lo que tenés que tolerar y lo que no.
La primera es la salvación de la especie, la segunda es su destrucción, y a estas alturas nadie pareció darse cuenta todavía... angelitos.
Las pruebas para la detección de «sesgos inconscientes», como el Test de Asociación Implícita (IAT) de Harvard, han desempeñado un papel importante en la aparición de esta paradoja, y los métodos del IAT han sido ampliamente adoptados. Por ejemplo, el gobierno del Reino Unido estableció un programa de formación en diversidad para descubrir los prejuicios inconscientes de los participantes. Así, incluso cuando las personas se vuelven más tolerantes con las diferencias raciales y de género, se ven condenadas por una intolerancia tan profundamente enterrada que ni siquiera eran conscientes de ella. Mientras tanto, la teoría de la interseccionalidad, ahora ampliamente aceptada en las universidades occidentales, ha generado una «matriz de opresión» en constante expansión. En busca de una solución al tsunami resultante de los nuevos prejuicios descubiertos, el número de opresores —desde hombres blancos cisgénero hasta «feministas radicales transexcluyentes»— prolifera, lo que da lugar a un bucle de exclusión, desconfianza y resentimiento.
Se están intensificando guerras culturales similares en torno al género. La autora británica J. K. Rowling fue bombardeada con invectivas maliciosas simplemente por estar «profundamente preocupada por las consecuencias del activismo trans actual». A la feminista india Vaishnavi Sundar le retiraron la proyección de su película porque se oponía a que las mujeres trans preoperatorias compartieran refugios y baños con mujeres supervivientes de violencia sexual. Sus pecados se vieron agravados por su creencia de que el sexo biológico no es una construcción social. Compara este tipo de comportamiento con la filosofía de Ira Glasser, un judío liberal y exdirector ejecutivo de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU).
A medida que se expanden los conceptos de discriminación y prejuicio, aumenta la vigilancia agresiva de los comportamientos en un intento de librar a la sociedad de todos los prejuicios restantes. En la Universidad de Sheffield, en Inglaterra, la universidad pagó a los estudiantes para que vigilaran el lenguaje de sus compañeros en busca de pruebas de «microagresiones» que pudieran ofender involuntariamente a un grupo racial. Esto conduce inevitablemente a la demonización innecesaria de los estudiantes tolerantes y liberales como racistas inconscientes intolerantes. Y a medida que el concepto de intolerancia aumenta de esta manera, los comportamientos y actitudes tolerantes luchan por mantenerse al día. Como la Reina Roja en Alicia a través del espejo, tenemos que correr más rápido solo para mantenernos quietos.
El resultado de todo esto es la proliferación de universidades y facultades que prohíben la expresión de opiniones contrarias, ante la suposición de que si las personas no pueden ser reformadas, entonces deben ser silenciadas. El filósofo Alfred North Whitehead describió la Universidad de Chicago como «el único lugar en el que he estado que se parece más a la antigua Atenas». Sin duda, se habría sentido decepcionado al saber que las protestas descarrilaron los planes de invitar al exestratega jefe de Trump en su primer mandato, Steve Bannon, a participar en un debate en el campus. Aunque el evento no se llevó a cabo, el profesor que lo invitó comentó: «te gusten o no sus opiniones, parece haber entendido algo sobre Estados Unidos que tengo curiosidad por saber».
Deberíamos tener una asignatura llamada 'sesgos cognitivos' desde primero de primaria hasta último de ultimaria.
Uno de esos sesgos a estudiar debería ser el de no ser capaces de diferenciar entre empatía natural y espontanea, alias amor, y 'tolerancia' intelectualizada e ideológica basada en reglas que te dicen lo que tenés que tolerar y lo que no.
La primera es la salvación de la especie, la segunda es su destrucción, y a estas alturas nadie pareció darse cuenta todavía... angelitos.
Muy buena reflexión, Arend.
Yo lo había pensado así, la verdad.
Oh...wow
Muy interesante, la verdad.