El Largo Inicio de las Ciencias Sociales (I)
Primera parte: desde el Antiguo Egipto hasta la Peste Negra.
Puede ser también de interés lo siguiente:
Esta historia inicial de las ciencias sociales se publica en dos partes. Esta es la primera:
El primer conocimiento concreto y cuantificado de lo social
El deseo de contar y de ser contado se remonta a las primeras civilizaciones conocidas. No lo mencionamos aquí en aras de la exhaustividad, sino más bien para ilustrar la ilusión de separaciones excesivamente precisas: las de la periodización, por supuesto, con oleadas claramente identificadas y revoluciones cualitativamente radicales y radicalmente fechadas; las que también se trazan entre el saber y el conocimiento, entre la ciencia y la tecnología. Mucho antes de la aparición de la "aritmética política", que sigue teniendo connotaciones prácticas pero que dará lugar a varias ciencias sociales distintas, hay huellas de lo que podría llamarse un "arte social" o, sin ser demasiado anacrónicos, una "tecnología social" o una "pericia social", que presuponen la existencia de burocracias (cuando no verdaderas tecnocracias) cuyo doble objetivo, en lo que respecta a la sociedad, es saber para poder.
Las civilizaciones del Nilo y del Éufrates
Mesopotamia emergió del Diluvio hacia el año 3000 a.C., trayendo consigo una civilización desarrollada, una población numerosa y una avanzada ciencia de los números que sirvió de base a la astronomía -el calendario lunar se fue perfeccionando poco a poco a partir de los movimientos solares-, pero que también se aplicó a una mejor comprensión de los elementos constitutivos de la sociedad. El Estado censaba periódicamente a los contribuyentes y sus bienes. Sabemos que el funcionamiento administrativo y fiscal también tenía un valor religioso, que se refleja en Israel y Roma. En las tablillas de Chagar Bazar, la misma palabra, que significa a la vez "purificar" y "contar", aparece en los relatos que mencionan las cantidades de alimentos como ofrendas rituales con motivo de un censo. En realidad, no hay nada sorprendente en esta íntima unión de ritual, mito y hecho positivo (cf. C. Morazé, 1975, por ejemplo). Sin embargo, la contabilidad social así emprendida sigue teniendo un alcance limitado: en efecto, si bien algunos fragmentos han proporcionado listas en las que se detallan los miembros de una familia o de un hogar, no se ha conservado nada que se aplique a ningún grupo político, y menos aún al Estado, aparte de las listas de contingentes armados (Sainte-Fare Garnot, 1958) o de los muertos y prisioneros.
Orígenes de las Ciencias Sociales en Israel
En la Biblia, la contabilidad social -o más bien lo que podría pasar por tal, y ése es el problema- ocupa un lugar central y, en virtud de esa misma centralidad, perfectamente paradójico. Por una parte, puesto que Números es el título de uno de los libros de la Biblia, el poblacionismo abiertamente profesado en el Génesis e, incluso a contrario, en los Proverbios (XIV, 28: una nación numerosa es la gloria del Rey; cuando el pueblo disminuye, es la ruina del Príncipe) es, en principio, un elemento, ausente como veremos de la tradición grecolatina, poderosamente favorable a la contabilidad.
La paradoja surge del hecho de que las cifras dadas para diferentes periodos coinciden cuando deberían divergir y, a la inversa, que las versiones del mismo episodio divergen significativamente cuando esperaríamos que coincidieran. Para el primer censo en el Sinaí, tenemos dos versiones claramente divergentes. Pero lo esencial es, evidentemente, el valor simbólico de los números, un valor eminentemente religioso y sagrado.
La máquina censal china
La expresión "máquina de censar" está tomada de J. Hecht (1977), cuya discusión se basa en los trabajos de M. Cartier y P. E. Will (1972) y S. Sterboul (1974), entre otros. El Reino Medio, como todos los regímenes de la Antigüedad, e Israel en particular, era un Estado poblacionista, y también fue muy pronto consciente de la necesidad y utilidad de contar su población. Lo más destacable en este caso no es tanto la relativa precocidad del proceso (ya en el año 2238 a.C. se realizó un censo de tierras y personas tras una gran inundación) como la extraordinaria continuidad del esfuerzo censal. Desde el periodo preimperial (siglo IX a.C.), durante el cual la escuela confuciana de alrededor del siglo VI a.C. concedió una importancia extrema al censo, si hemos de creer los honores rendidos a sus agentes, hasta la serie homogénea y continua de 1750 a 1850 d.C., pasando por diversas vicisitudes, el esfuerzo de contabilidad social fue ininterrumpido.
India y Japón hasta los Tokugawas
Esta panorámica de la contabilidad social en los imperios asiáticos no estaría completa sin la India, y en primer lugar Japón, cuyo primer censo conocido se remonta al año 86 a.C.. En aquella época se utilizaba un registro para seguir los movimientos de población. Posteriormente, se pueden establecer ciertas analogías con China.
A principios del siglo VII d.C., un censo estimaba la población japonesa en casi 5 millones de habitantes. Se trataba sin duda de un resultado aislado, pero precedió a encuestas más regulares y exhaustivas. De hecho, hacia mediados de siglo, la centralización del Estado tras la reforma Taika coincidió con una redistribución de la tierra que exigía un conocimiento detallado de la población. Así pues, se elaboraron un catastro y unos registros civiles que debían revisarse cada seis años. Los registros se utilizaban no sólo a efectos fiscales, sino también para las exacciones militares. Las familias se agrupan por municipios y se clasifican en función de sus recursos.
Fue en la India del siglo IV a.C. cuando el hindú Kautilya, ministro del rey Chandragupta (313-289), fundador de la dinastía Maurya y del primer imperio indio (313-326), escribió una obra extraordinariamente original y adelantada a su tiempo, un tratado tanto de ciencia política como de economía, el Arthaśâstra, es decir, tratado o ciencia del beneficio, un texto contemporáneo a la muerte de Alejandro Magno.
Las civilizaciones griega y romana
La importancia de Grecia y Roma en la prehistoria del establecimiento de la contabilidad social y el desarrollo sobre esta base de la primera investigación social propiamente dicha se manifiesta claramente en la filiación del término moderno "censo", que deriva directamente del término latino census y ha tomado de él la característica romana de una periodicidad quinquenal.
Sin embargo, Roma no fue ni la primera ni la única ciudad que contó con tal institución, considerada de importancia fundamental, por una parte, para contar a las personas y, por otra, para registrar nombres, fortunas y todas las particularidades que permitían clasificar a los ciudadanos según un orden lógico (ratio) que determinaba su grado de participación en la vida cívica.
De la Antigüedad al Renacimiento
El recuento y el registro no se limitaron al mundo bajo dominio romano, ya que César, al relatar la toma del campamento helvético en las Guerras Galas (I, XXIX), menciona tablillas de censo escritas en caracteres griegos que contienen una lista con los nombres de "los emigrantes (los propios helvecios) aptos para portar armas, y también una lista especial de niños, ancianos y mujeres".
A pesar de la innegable presencia de elementos de enumeración y de una capacidad censal entre los pueblos "bárbaros", las invasiones que perturbaron la unidad del Imperio supusieron un retroceso innegable, confirmado por la implantación progresiva del sistema feudal, que dividió el territorio occidental en numerosos feudos señoriales seculares o eclesiásticos que no se prestaban bien a los censos generales.
Desde los capitularios carolingios hasta el "Estado de fuegos" de 1328
Los inventarios o capitularios de todos los bienes (personas, viviendas, ganado y cereales) habrían sido elaborados por los carolingios (véase más); Pepino el Breve en 758 y Carlomagno en 762 habrían solicitado una descripción detallada de todas las posesiones eclesiásticas: estos inicios de la contabilidad económica también tienen antecedentes en las cuentas privadas que se encuentran en los grandes latifundios romanos del Bajo Imperio, sobre todo en el norte de África. En 786, Carlomagno hizo jurar y contar a todos sus súbditos mayores de doce años. Véase más detalles sobre su imperio.
Progresos en los censos y registros
La peste negra de 1348-1349, por la magnitud de su devastación, y como toda crisis profunda y prolongada, dio lugar a considerables progresos en materia de contabilidad social y de registro de datos demográficos. En el caso de Inglaterra, los padrones fiscales de los años 1379 y 1381 son excepcionales: los recaudadores de impuestos registraban minuciosamente los nombres de los habitantes, casa por casa y, en las ciudades, calle por calle. El fisco exigía un censo lo más completo posible, con excepción de los niños menores de catorce años. En aquella época, sin embargo, la gente estaba probablemente menos interesada en evaluar el nivel regional de la población mayor de catorce años, un objetivo fácilmente alcanzable, que en un objetivo mucho más difícil: evaluar la población total.
En sus decretos, el Concilio de Trento (1543-1563) estableció la obligatoriedad de llevar "registros de catolicidad", o status animarum, y especificó las normas para bautizos y matrimonios, no sólo para comprobar, como antes, que no había obstáculos (como la consanguinidad) para contraer matrimonio, sino también para detectar adeptos de otras confesiones. Sin embargo, por razones que no se conocen bien, los decretos del Concilio no fueron aceptados en Francia. La ordenanza de Blois de 1579, que renovó la extensión de la normativa a las defunciones y los matrimonios, y la de Saint-Germain-en-Laye, que reiteró la obligación de presentar cada año los registros y decidió facilitar la llevanza de registros por duplicado, no contribuyeron mucho a mejorar la situación. Hasta finales del siglo XVII, los registros siguieron estando muy mal conservados y no fue hasta 1736 cuando los historiadores empezaron a utilizarlos realmente.
Orígenes de las Ciencias Sociales
Publicado: 10 de abril de 2024
A veces, se estudia la historia de las ciencias sociales como si éstas, en su forma actual, fueran a la vez el fruto y el signo de los últimos avances de la sociedad moderna. Las ciencias sociales han estado asociadas, desde los tiempos más remotos, a las funciones de lucha, intercambio y reproducción que son esenciales para cualquier sociedad. La historia de las ciencias naturales tiene, desde hace bastante tiempo, aunque no sin dificultades, lo que le corresponde. No puede decirse lo mismo de la historia -por no hablar de la prehistoria- de las ciencias sociales, que está muy descuidada tanto por los historiadores como por los profesionales. Esta carencia afecta sobre todo a la investigación social realmente realizada o prevista en el pasado. Se trata, pues, de otros orígenes y otra historia de las ciencias sociales la que nos gustaría esbozar aquí: no la de las doctrinas y teorías, que, en la tradición de la historia de la filosofía, ocupa un lugar bastante destacado en las historias de la cultura; sino la, más modesta, más ardua, más exigente, de las empresas de investigación social desde el punto de vista de sus presupuestos, su objeto, sus métodos y técnicas, y sus resultados.